Pescadoras valencianas a pie de playa, niños jugando en la orilla del mar, pequeños enfermos buscando sanar gracias a las propiedades terapéuticas del litoral o las clases altas descansando en la arena en el recién estrenado veraneo. Con sus representaciones de Valencia, Jávea, Zarautz, San Sebastián o Biarritz, Joaquín Sorolla ganó popularidad y se abrió al mar, un territorio que hasta el siglo XVIII había generado miedo y desconfianza. Muestra de la fértil creatividad del artista, Los veranos de Sorolla reúne en la sede madrileña de la Fundación Mapfre 40 pinturas que nos permiten viajar tanto al Mediterráneo como a la costa cantábrica.
«El conjunto muestra cómo la temática del verano permite seguir la evolución de la pintura de Sorolla y apreciar la modernidad que alcanza su lenguaje pictórico», destaca Casilda Ybarra, comisaria de la exposición y conservadora jefa de Artes Plásticas de Fundación MAPFRE. Esta cuidada selección presenta pinturas de formato mediano, algunas muy conocidas, junto a otras de pequeño tamaño a las que Sorolla llamaba «notas de color» y con las que en ocasiones roza una gozosa abstracción.
Tanto entre los clientes de Sorolla como entre sus seguidores, las escenas de playa son algunas de sus pinturas más preciadas. El Salón de París de 1895 fue un momento crucial: su obra La vuelta de la pesca, de la que vemos un estudio preparatorio, cosecha un gran reconocimiento con el que se adentra en el mar para convertirlo en uno de los grandes protagonistas de su obra. Realizadas siempre del natural, el pintor «centra sus primeras composiciones sobre este asunto en las labores de la pesca, con barcas, marineros faenando o pescadoras en la orilla bajo el intenso sol del Mediterráneo», reconoce Ybarra.
Estas escenas mediterráneas muestran una visión idealizada del trabajo en el mar con unas pinturas equilibradas y al mismo tiempo llenas de una vitalidad que consiguen captar la luz y el paisaje de su tierra. Pescadoras valencianas, la primera pintura que se puede ver en la exposición, la realiza durante el verano de 1903, periodo en el que Sorolla prepara la exposición de Berlín del año siguiente. Si bien para una parte creciente de la sociedad el verano comienza a ser un momento de entretenimiento y descanso, para el pintor se convierte en uno de los momentos más activos del año.
El mar como refugio
En sus composiciones no solo representa el trabajo que el mar ofrece a las clases trabajadoras sino también la evolución que este vive en relación a las propiedades terapéuticas del baño, como se puede ver en el dibujo preparatorio de ¡Triste herencia!, una de las pinturas más importantes de su carrera y con la que obtiene el Grand Prix en la Exposición Universal de París de 1900. En ella, algunos niños enfermos del hospicio de San Juan de Dios acuden al mar Mediterráneo en busca de sanación.
Pero Sorolla no solo representa escenas de trabajo o de terapias en las playas de su tierra. Como gran maestro de la luz capta también la parte más lúdica que este paisaje puede ofrecer. Así, durante el verano de 1905 prepara una gran exposición en la Galeria Georges Petit de París que le lleva a visitar Jávea en busca de inspiración. Lo que allí encuentra es una luz especial, el impacto de los rayos de sol en el mar, paisajes rocosos, niñas en la orilla o cuerpos nadando en el agua.
Ahora, el mar se convierte en un refugio, en un espacio en el que olvidarse de la ajetreada vida de las ciudades para descansar y buscar espacios para el ocio. Nadadora, Jávea es una de esas pinturas gozosas en la que vemos a Clotilde, su mujer, bañarse en unas aguas que se han teñido de amarillo gracias al sol del atardecer. Con esta obra Sorolla consigue transmitir la calma que proporciona un mar tranquilo con un lenguaje cercano al fauvismo.
Es precisamente a mediados del siglo XIX cuando en nuestro país surge la idea del veraneo como periodo de entretenimiento y sociabilidad. Sorolla, como pintor de gran notoriedad, accede a ese ocio que empiezan a disfrutar las clases altas de la sociedad de entre siglos. «Sus escenas de la costa mediterránea, con especial dedicación a su Valencia natal, reflejan el gozo de la población local, con niños desnudos, niñas con ligeras batas o nadadores en pleno contacto con el medio natural», arguye Casilda Ybarra.
El Cantábrico de las clases altas
La imagen de Clotilde nadando plácidamente en las aguas valencianas da paso a otro de los grandes escenarios de la pintura de Sorolla: el mar Cantábrico. Hasta allí se desplazaban las clases más altas de la sociedad en busca de descanso en las arenas de sus playas. «Sorolla»-recuerda la comisaria- «se incorpora a la nueva costumbre del veraneo y de forma paralela a su consolidación artística y correspondiente ascenso social, frecuenta distintas localidades de la costa cantábrica que acogen a los veraneantes de las clases altas».
Ahora, sus imágenes son más distinguidas, su luz es diferente y las figuras femeninas que habitan sus pinturas se encuentran en Santander, San Sebastián, Zarautz o Biarritz. Los cuerpos desnudos de Valencia son reemplazados por figuras ataviadas de ropajes elegantes que se protegen de los rayos del sol bajo los toldos de los arenales. En estas escenas, Sorolla representa a su mujer y su hija en varias ocasiones así como a mujeres distinguidas que consideran la playa como un nuevo escenario para sus relaciones sociales: pasean por la arena, leen, pintan o se entretienen en largas conversaciones que nada tienen que ver con el ideario que el artista nos muestra de las aguas mediterráneas en contacto directo con el mar y la naturaleza.
En 1910 desde la localidad costera de Zarautz, Sorolla vuelve a buscar inspiración para crear un nuevo corpus pictórico para las exposiciones de 1911 en ciudades como Chicago y San Luis. Allí es precisamente donde sitúa a su hija María en la playa de Zarauz, una pintura en la que se advierte cómo el pueblo se empieza a convertir en un núcleo de congregación de la aristocracia. En contraposición a estas imágenes soleadas e idílicas, sorprende ver una pintura en la que el artista representa una escena de tormenta en San Sebastián, imagen que acostumbra a verse en la capital guipuzcoana y que transmite con veracidad la violencia con que las olas chocan contra el muro del paseo.
La cara más amable del veraneo cierra la muestra con tres obras en las que vemos cómo unos niños disfrutan del Mediterráneo, un mar sin duda mucho más amable que el Cantábrico. Estas últimas obras pertenecen a una etapa tardía de Sorolla cuando vuelve exhausto de su viaje a Estados Unidos de abordar la titánica tarea de gestar Visión de España, el gran encargo que en 1911 le hace Archer Milton Huntington para la Hispanic Society of America. Este trabajo le lleva a realizar 14 grandes pinturas en las que representa diferentes regiones de España entre 1912 y 1919. De regreso, el artista concibe su descanso en la playa pero lejos de hacerlo abandonando al descanso, lo hace representando nuevas imágenes del tema que más le gustaba: escenas de trabajo y ocio en el mar.