No hay dos visitas a un museo que sean iguales. El día, la estación del año o el estado anímico del visitante hacen que cada una de ellas sea particular. Así, en una de tantas visitas al Museo del Prado, Óscar Martínez se detuvo frente a El San Miguel del Maestro de Zafra. Le había llamado la atención observar el escudo de San Miguel en un reflejo del lienzo. De ese detalle surgió una reflexión: la historia del arte está trufada de reflejos, de espejos de lienzos dentro de lienzos. Y, casi como una evocación, le vino algo a la mente: El eco pintado, título del libro que ha publicado recientemente bajo el sello de Siruela y en el que reúne 23 obras de arte que reproducen otras imágenes en su interior.
La primera tentación fue la de reunir dos temáticas: los reflejos y los espejos. Sin embargo, el autor de Umbrales pronto se dio cuenta de que «aunque los espejos son un elemento simbólico muy potente corría el riesgo de ser un libro demasiado monótono». Así que decidió abrir el foco e incluir obras textiles y obras sobre papel que contienen cuadros dentro de cuadros. «Pude meter obras de arte en las que se incluye la fotografía, mapas y grabados. Cuando decidí ampliar el libro a la metapintura me di cuenta de que no había tantos cuadros que reproduzcan mapas, fotografía o carteles». A esto, Martínez le sumó que ningún artista tuviera más de un capítulo.
De modo que en El eco pintado. Cuadros dentro de cuadros, espejos y reflejos en el arte se reúnen obras de artistas como Sofonisba Anguissola, el Greco, Vermeer, Velázquez, Van Gogh, Picasso o Roy Lichtenstein. Sin embargo, quien crea que en estas páginas va a encontrar un estudio pormenorizado de los detalles de metapintura corre el riesgo de equivocarse. Aunque sea parcialmente. «Las páginas webs de los museos son exquisitas y cuentan con la labor de comisarios y conservadores. Yo quería hacer algo mixto, un ensayo vivencial y académico con reflexiones personales», matiza Martínez.
De Velázquez a Magritte
Dibujos, carteles, mapas de continentes lejanos, antiguas fotografías o misteriosos espejos. Todo eso es lo que uno se puede encontrar en El eco pintado a través de pinturas como Retrato de Père Tanguy de Vincent Van Gogh o La habitación azul de Picasso, un lienzo que esconde un cartel en el que aparece la bailarina inglesa May Milton. Aquel cartel, escribe Martínez, fue un encargo de la propia artista a Henry Toulouse-Lautrec, uno de los artistas clave de finales del siglo XIX que ejerció gran influencia en el malagueño.
Pero La habitación azul no solo nos cuenta esta anécdota sino que en él subyace otra historia mucho más compleja que tiene que ver con el suicidio de Carles Casagemas, amigo de Picasso, en un acto violento en un café de París en el que primero trató de matar a su pareja Germaine Gargallo, aunque sin éxito, para quitarse la vida de un disparo. «Es un hecho aceptado que la muerte de Casagemas marcó un punto de inflexión en la vida de Picasso. El comienzo de su etapa azul se relaciona desde hace décadas con este hecho dramático», escribe el autor en El eco pintado. Y hay más. Dicen que la agitada vida amorosa de Picasso le llevó a tener una relación con Gargallo, a la que, quizá, estemos viendo en el lienzo que puede estar reproduciendo la propia habitación del artista.
En El eco pintado no hay explicaciones sesudas ni notas a pie de página pero sí los datos necesarios para entender cada una de las piezas seleccionadas. La intención detrás de ello es la de dirigirse a un público interesado pero no experto, lo que permite un acercamiento a la pintura más sosegado. «Me esfuerzo en ello y por eso en cada capítulo hay dos o tres historias que se cruzan», advierte Martínez.
Otro de los protagonistas es Zurbarán y uno de los cuadros que forma parte de la colección del Museo de Bellas Artes de Bilbao: La Santa Faz. Además de observar la maestría con la que el pintor aborda una obra en la que vemos los pliegues de un paño en el que aparece el rostro sereno de Jesús, Zurbarán nos adentra en un pasaje religioso que está fuera del Nuevo Testamento pero que se incluye en el Evangelio apócrifo de la muerte de Pilatos. Cuenta la leyenda que antes de llegar al Calvario, Cristo se topó con Verónica, una mujer que le ofreció un paño con el que limpiarse. Tras deshacerse del sudor y la sangre, su rostro quedó impreso, un milagro que hizo que la tela se erigiera como una reliquia con poderes sanadores que lograron incluso curar al emperador romano Tiberio.
«He intentado que las obras del libro no estén en colecciones privadas para que la gente pueda ir a verlas»
«Incluir La Santa Faz era una excusa para hablar de la leyenda de la Verónica y el imperio bizantino. Durante mucho tiempo se creyó que el nombre de Verónica era la mezcla vera (verdadera) en latín, y eikon (icono) en griego, pero no es cierto», recuerda el autor. Su incansable curiosidad le llevó a buscar muchas otras verónicas en el arte pero ninguna le gustaba tanto como la que reside en Bilbao. «También la he elegido porque está en un museo español y es más accesible. En lo posible, he intentado que las obras del libro no estén en colecciones privadas para que la gente pueda ir a verlas», sostiene.
El entierro del señor Orgaz de El Greco, Las hilanderas de Velázquez, Autorretrato en caballete de Sofonisba Anguissola, Autorretrato con Cristo amarillo de Gauguin, Mosaico de la batalla de Issos de Helena de Egipto, Times Square de Richard Estes, La llave de los campos de Magritte o El matrimonio Arnolfini de Jan van Eyck completan este mosaico en el que el autor se atreve a introducir temas como la emergencia climática, los peligros de la vanidad o el auge del medievalismo para hacernos reflexionar sobre cómo personas de hace siglos dejaron obras que platean dilemas que aún hoy nos interpelan.